La sencillez olvidada: volviendo a lo esencial en tiempos de carestía
En el constante fluir de la vida moderna, donde las olas de la inflación y la carestía azotan nuestra formad de vivir, emerge la invitación de desarrollar una educación ambiental y economía circular, un retorno a la simplicidad. Es un llamado que resuena en los rincones más íntimos de nuestro ser, impulsándonos a redescubrir los ritmos y sabores de antaño, aquellos que se cocían a fuego lento en las cocinas de nuestros ancestros, por decirlo de forma algo poética.
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La alimentación tradicional: la vuelta de viejas costumbres
La actualidad nos presenta un desafío, mas también una oportunidad: frente al creciente costo de la vida, nuestras manos, guiadas por la sabiduría de generaciones pasadas, encuentran en la masa del pan casero y en las galletas recién horneadas un símbolo de resistencia y autonomía. La cocina se transforma en un altar de creatividad y sustento, donde los ingredientes de cada estación dictan el ritmo de nuestros menús, reconectándonos con el ciclo natural de la vida.
Este retorno a la alimentación tradicional no es meramente un acto de nostalgia, sino una afirmación de valores; es elegir la calidad sobre la cantidad, lo sustentable sobre lo efímero. Al nutrirnos de lo que la tierra nos ofrece en su debido tiempo, no solo honramos nuestro cuerpo, sino también el delicado equilibrio del planeta. Las cada vez más emergentes intolerancias alimentarias en la población, parecen ir a la par del ritmo del aumento de la industrialización de nuestra alimentación, transgénica o no.
El Reciclaje, como vuelta a la naturalidad
Pero la invitación no termina en la cocina. Se extiende a cada aspecto de nuestra existencia: el reciclaje se convierte en una poesía de reinvención, donde la ropa y los objetos de antaño cuentan nuevas historias; el transporte, una reflexión sobre el movimiento y la huella que dejamos a nuestro paso: qué bello restaurar aquella moto vieja que tenemos en el garaje o volver a ir al trabajo en bicicleta. O las intenciones de nuestra vida, un lienzo en blanco para redibujar el sentido de nuestra existencia, no a través de los ojos de la sociedad, sino desde la profunda introspección personal. Después de seguir durante años modas que solo enriquecen a los que la dirigen, para sentirnos integrados en la sociedad, ¿por qué no volver la mirada hacia uno mismo y volverse a preguntar quién soy y qué hago aquí?
En este viaje hacia lo esencial, descubrimos que la riqueza no reside en la abundancia de posesiones, sino en la plenitud de experiencias auténticas. Las personas han tomado un avión continuo sin escalas hacia el viaje eterno de recoger el mayor número de experiencias posibles, pero realmente no se si al volver de este viaje los más importante era lo que viviste fuera o lo que dejaste aquí. Al hornear nuestro propio pan, al tejer las tramas de nuestra ropa con hilos de recuerdos y esperanzas, al volver a una vida natural y real, cercana, estamos no solo ahorrando recursos, sino también invirtiendo en nuestra esencia, en la conexión con nosotros mismos y con el entorno.
Conectar con la tierra
En este viaje de retorno a los fundamentos, la idea de cultivar un huerto propio se erige como un pilar esencial. Ya sea en un pequeño rincón de nuestro hogar, en una parcela alquilada o en la terraza compartida de una comunidad, el acto de sembrar, cuidar y cosechar nuestros propios alimentos es una práctica profundamente enraizada en la autosuficiencia y el respeto por la tierra. Este vínculo con el suelo, con el ciclo de las estaciones, nos enseña paciencia, nos ofrece una perspectiva tangible del milagro de la vida y fortalece nuestro compromiso con el cuidado del medio ambiente. La tierra, humilde y generosa, se convierte en nuestra maestra, recordándonos que de lo pequeño puede brotar la abundancia.
El agua viva
Paralelamente, el acto de recolectar agua de fuentes naturales, cuando es posible, nos reconecta con la esencia misma de la vida. Beber el agua pura, libre de los procesos industriales, es recordar un tiempo en que la humanidad estaba íntimamente ligada a las fuentes de la naturaleza. Este gesto, simple pero profundamente simbólico, nos invita a reflexionar sobre el valor del agua como recurso vital, impulsándonos a adoptar prácticas más sostenibles y conscientes en su uso. Al igual que la tierra nos nutre con sus frutos, el agua nos recuerda nuestra responsabilidad de proteger y preservar los recursos naturales para las generaciones futuras, integrando estos actos cotidianos en un estilo de vida que honra la interconexión de todas las formas de vida.
Vive tu propia moda
La tendencia hacia un estilo de vida más tradicional y consciente es, en esencia, un acto revolucionario de amor propio y respeto por la naturaleza. En estos tiempos de incertidumbre económica, la verdadera abundancia se encuentra en la simplicidad, en la capacidad de encontrar satisfacción en el acto de crear, de nutrir y de vivir en armonía con los ciclos de la vida.
Así, en medio de la carestía, florece una oportunidad dorada para redefinir lo que significa vivir bien. Es un retorno a lo básico, sí, pero también un avance hacia un futuro más sostenible y equitativo, donde cada pequeño acto de autosuficiencia es un paso hacia la liberación de las cadenas del consumo desmedido y un homenaje a la belleza intrínseca de la vida en su forma más pura.
Escrito por Juan Diego Sánchez Cortijos
Omaeshi
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