Esas personas que limpian por costumbre

Hay personas que, sin pensarlo, limpian.

Cocinan … y recogen.

Comen … y lavan los platos.

Tienden la ropa por la mañana, doblan la seca por la tarde.

No lo hacen por obligación ni por manía: lo hacen porque su mente y su corazón están en sintonía con el cuidado.

Son personas que han integrado la limpieza como una forma natural de respeto hacia la vida y hacia sí mismas.

El cuidado invisible

A veces no nos damos cuenta de lo que hay detrás de esos gestos cotidianos. Parece algo menor, un simple hábito doméstico. Pero en realidad, limpiar y ordenar con atención es una forma de estar presentes. Es una práctica silenciosa que mantiene la energía fluyendo y nos conecta con el aquí y el ahora.
Cuando cuidamos lo que nos rodea, cuidamos también nuestra mente. La acción de limpiar es una manera de decirle al universo: “Estoy aquí. Atiendo lo que tengo. Honro lo que me sostiene”.

Y en el otro extremo, está el descuido.
Esa actitud de “ya lo haré luego”, o de no ver la suciedad que se acumula, no solo se refleja en el espacio físico, sino también en la mente y en la vida. Cuando ignoramos lo que está delante, algo dentro de nosotros también se desconecta.

La espiritualidad empieza en lo cotidiano

A veces creemos que el crecimiento espiritual ocurre solo cuando meditamos, leemos o hacemos prácticas elevadas. Pero si nuestra vida cotidiana está descuidada, si no somos capaces de poner orden y cariño en lo que hacemos cada día, no hay evolución posible.

Lo material y lo espiritual no están separados. La forma en que tratas tus objetos, tu ropa o tu casa refleja la relación que tienes contigo mismo y con el mundo.
La espiritualidad verdadera no rechaza lo cotidiano: lo ilumina.
Tender una sábana puede ser un acto de conciencia. Fregar una taza puede ser una meditación. Recoger puede ser una forma de agradecer.

Conclusión

La limpieza por costumbre no es una obsesión: es una forma de amor.
Amor por el orden, por la energía que habitas, por la vida que te sostiene.
Cuando aprendemos a cuidar cada rincón, sin que nadie nos lo pida, algo dentro de nosotros también se ordena.
Y entonces, poco a poco, el alma encuentra su lugar.

Dedicado a mi esposa Ari, con todo mi respeto, mi admiración y mi cariño auténtico. Por nuestros 18 años de matrimonio.