Una mirada holística sobre la energía vital y la salud

Hace poco, una alumna del curso de Iridología Holística (Isa) me hizo una pregunta muy valiosa:

“¿No sería más recomendable cuestionarse la alimentación y el modo de vida, en lugar de tomar tantos suplementos? Quizá al principio, y en casos muy extremos, sea recomendable, pero después uno ha de cambiar hábitos, ¿no?”

La pregunta me pareció tan profunda que merecía una respuesta más amplia.
Porque, en realidad, esta cuestión nos lleva a hablar de la energía que sostiene la vida.

Además surge desde el debate de: “la industria alimenticia nos nutre o nos envenena y también la explotación excesiva del campo acaba con alimentos con muchos menos nutrientes 

Esta pregunta requiere una respuesta amplia, en la que podamos analizar varios factores para poder tener una comprensión valida al final y que además ésta nos sirva para poder aplicar en nuestro cultivo de la salud diario, la nuestra y la de las personas que queremos.

Empecemos por entender que todo es energía, que la vida es un trayecto en movimiento con principio, desarrollo y fin, y que este tránsito significa energía. 

La energía con la que nacemos

En la tradición china se explica que todos llegamos al mundo con una energía original, una especie de impulso vital que recibimos de nuestros padres en el momento de la concepción.
Es una energía real —lo sé por experiencia propia como padre—, un tipo de fuerza que da inicio a la vida.
A esta energía la llamamos Yang (sin “g”), y es la que impulsa el nacimiento y el crecimiento. Se deposita en la persona en los dos riñones. La del padre en el derecho y la de la madre en el izquierdo. Además esta energía del riñón sostiene y equilibra el cuerpo. 

Luego está la energía del alma, esa chispa que nos hace sentir vivos, felices, inspirados, completos en nuestra soledad, capaces de seguir nuestro propio norte interior. Es lo que podríamos llamar la guía interna, el motor que nos orienta en nuestra evolución.

Finalmente está el Chi, la energía que tomamos cada día del aire, de la comida, de la naturaleza, de las personas y de todo lo que nos rodea.

Estas tres formas de energía se combinan y determinan nuestra vitalidad a lo largo de la vida.
Sin embargo, la energía heredada —la del nacimiento— comienza a descender alrededor de los 40 años.
Por eso, antiguamente, una persona de 40 años ya se consideraba vieja: la energía vital empezaba a agotarse.

Y por esto mismo también a partir de esa edad si o si hemos de aprender a cuidarnos. 

También se da que algunas personas tienen esta energía muy baja, como podemos ver en el iris, o han tenido algún trauma que les ha hecho perder gran cantidad de esa energía y el descenso ocurre antes.

El paso del tiempo y la inteligencia del cuerpo

Gracias a los avances en nutrición y medicina y otros factores como la calefacción o la nevera, hoy vivimos más años. Pero también forzamos nuestro cuerpo más allá de sus ciclos naturales.
Trabajar y vivir a los 55 o 60 años con la misma intensidad que a los 25 no es sostenible en general (siempre hay excepciones) Es en esas etapas donde suelen aparecer las crisis físicas de salud o emocionales que nos obligan a cambiar.

Lo que no resolvemos a nivel emocional o vital, el cuerpo lo guarda. Y con los años, esas memorias se expresan como enfermedades. Hay que entender que lo emocional afecta directamente a la energía del alma, que también aporta o resta vitalidad.

Por eso, más allá de los síntomas, la verdadera atención y observación holística no se centra en la enfermedad, sino en descubrir qué no está funcionando bien.
No buscamos solo “el nombre” del problema, sino qué lo está originando.
Porque cuando atendemos y reequilibramos lo que no está bien —ya sea en lo físico, lo emocional, lo energético o lo mental, o todo a la vez—, la enfermedad pierde su razón de ser y el cuerpo puede volver al equilibrio natural.

Podríamos decir que la enfermedad es el ser (cuerpo, mente, energía y alma) que manifiesta lo que no está alineado con la vida de uno mismo. Como el sonido de una bisagra sin aceite o una mancha en una superficie indican lo que no funciona o no esta correcto, por poner un símil cotidiano.

A veces, el miedo que tenemos a la enfermedad nos deja ver la solución real a nuestro problema y por eso necesitamos que otra persona no involucrada nos “mire”.

Los Elementos restauradores de la Salud

Cuando comprendemos que la enfermedad no es un enemigo sino una señal de desequilibrio, empezamos a mirar el cuerpo con otros ojos.
El camino de la recuperación pasa por restaurar la armonía en todos los niveles del ser.
Y para ello, contamos con distintos elementos que pueden actuar —según el momento y la persona— como verdaderos agentes restauradores de la salud.

🌿 Fitoterapia: la inteligencia vegetal

Las plantas medicinales son, desde siempre, una de las herramientas más sabias que nos ofrece la naturaleza.
Cada planta tiene un lenguaje, una vibración y una afinidad con determinados órganos o funciones.
A través de la fitoterapia, podemos acompañar procesos físicos, emocionales y energéticos de forma suave pero profunda.
Su poder radica no solo en sus principios activos, sino en la energía vital que contienen y en su capacidad para devolver ritmo y coherencia al organismo.

💊 Medicina ortomolecular y oligoterapia

Desde la medicina ortomolecular, la salud se entiende como el resultado de un equilibrio químico y energético en el cuerpo.
Aportar los elementos que faltan —vitaminas, minerales, oligoelementos, aminoácidos, enzimas— es como entregarle al cuerpo las piezas que necesita para reparar su propio tejido.
El organismo tiene una sabiduría innata: cuando dispone de los recursos necesarios, sabe cómo restaurarse.
Por otro lado, la oligoterapia, por ejemplo, actúa con dosis infinitesimales pero de gran precisión, despertando reacciones profundas enzimáticas y bioeléctricas.
Son pequeños impulsos que recuerdan al cuerpo cómo funcionar correctamente.

💆‍♂️ Manipulación corporal: reequilibrar desde la estructura

El cuerpo físico guarda memorias y bloqueos que pueden ser liberados a través del toque consciente.
Las técnicas manuales —desde el masaje terapéutico hasta la osteopatía en sus vertientes muscular, esquelética o visceral— ayudan a liberar tensiones, desbloquear flujos y devolver al cuerpo su movilidad natural.
Cuando el cuerpo recupera su eje, la energía vuelve a circular libremente.
Es el principio de “lo que se mueve, vive; lo que se estanca, enferma”.

💫 Mente, emociones y terapias energéticas

No hay salud sin equilibrio mental y emocional.
Nuestros pensamientos y emociones condicionan la bioquímica del cuerpo y su capacidad de regenerarse.
El trabajo con terapias energéticas —como la Terapia Holística Sincrética (THS), Reiki, Bioenergética o la Sanación Cuántica— permite acceder a planos más sutiles del ser, donde el origen del desequilibrio puede ser comprendido y liberado.
La energía se ordena y con ella vuelve la claridad, la serenidad y la vitalidad.

🕊️ Meditación Vipassana: la integración de todos los niveles

Finalmente, la meditación Vipassana reúne y sintetiza todos los aspectos anteriores.
Es una práctica que une cuerpo, energía, mente y alma en un solo acto de presencia consciente.
A través de la observación profunda, aprendemos a ver la realidad tal como es, sin juicios, sin resistencia.

El truco es aumentar la conciencia. Cuesta mucho entender esta frase, pero si la entiendes, ya sabes meditar en Viapssana.
Al desarrollar la Conciencia, la energía vital se equilibra naturalmente.
Vipassana no solo calma la mente, sino que purifica las raíces mismas del sufrimiento, restaurando la salud desde la fuente.

Cada uno de estos elementos actúa en una dimensión distinta, pero todos persiguen lo mismo: ayudar al ser humano a recordar su estado natural de equilibrio, bienestar y plenitud.
La salud no se impone: se cultiva, se escucha y se acompaña.

La trama del iris: el mapa de nuestra vitalidad

En iridología, el estado energético de los órganos y tejidos puede observarse a través del iris.
Cada ojo es como una cartografía viva del cuerpo, donde se refleja no solo la condición física, sino también la fortaleza vital heredada y el modo en que hemos gestionado nuestra energía a lo largo de la vida.

Uno de los elementos más importantes para interpretar esa información es la trama del iris:
una red de fibras que, según su densidad y cohesión, nos muestra el nivel de vitalidad y resistencia del terreno biológico de la persona.

Las cinco tramas: de la I a la V

La iridología distingue generalmente cinco tipos de trama, que van de la I (la más densa y vital) a la V (la más abierta y frágil):

  • Trama I:

    estructura compacta, fibras cerradas y bien entrelazadas. Indica una vitalidad alta, excelente capacidad de recuperación y resistencia ante el desgaste físico o emocional. Larga vida.

  • Trama II:

    sigue siendo fuerte, aunque ya muestra cierta flexibilidad; corresponde a personas con buena energía y recuperación, aunque sensibles al exceso de esfuerzo.

  • Trama III:

    intermedia. Aquí las fibras comienzan a separarse ligeramente, lo que refleja una vitalidad moderada y cierta predisposición a desequilibrios funcionales si no se cuida la energía.

  • Trama IV:

    fibras abiertas, visibles los espacios entre ellas; el cuerpo ya no mantiene igual la coherencia estructural, hay mayor vulnerabilidad ante el estrés, las infecciones o la fatiga.

  • Trama V:

    la más abierta y la más débil. Las fibras parecen disgregadas; suele indicar una vitalidad reducida y un terreno biológico que necesita apoyo constante —ya sea con complementos, descanso, alimentación o terapias energéticas.

La evolución de la trama a lo largo de la vida

La trama no es estática: puede deteriorarse con los años, por sobrecarga, estrés, hábitos inadecuados o experiencias emocionales intensas.
Cuando las fibras se van separando o perdiendo su tono, se dice que el tejido energético del cuerpo pierde cohesión.
En ese proceso, pueden formarse las “lagunas”, áreas más abiertas o hundidas del iris, que indican zonas donde la energía se ha debilitado o donde existe una predisposición a disfunciones orgánicas.

Estas lagunas no son enfermedades en sí mismas, sino huellas energéticas que muestran dónde el cuerpo necesita apoyo, comprensión y equilibrio.
Es ahí donde la mirada holística se vuelve fundamental: no se trata de corregir un síntoma, sino de restaurar el flujo de energía y la coherencia entre los planos físico, emocional y vital.

Trama, energía y necesidad de apoyo

La observación de la trama nos ayuda a entender por qué algunas personas necesitan determinados complementos o cuidados de forma puntual o permanente, mientras que otras pueden sostener su equilibrio con una simple corrección de hábitos.

Una trama cerrada conserva la energía con facilidad; una trama abierta, en cambio, requiere más soporte —nutricional, energético y emocional— para mantener la armonía.
Por eso, la lectura de la trama es un indicador esencial del terreno y una guía valiosa para definir estrategias personalizadas de salud y bienestar.

Suplementos y energía: cuándo y por qué

En el enfoque holístico, los complementos no solo se utilizan para “cubrir carencias”, sino para restaurar la energía que el cuerpo ha perdido o no puede producir adecuadamente en un momento determinado así como el equilibrio de órganos y tejidos.

Por ejemplo. si el tejido conectivo está debilitado, la energía se dispersa y el silicio restaura el equilibrio de este tejido.

Si hay excesos de auto toxinas que provienen del metabolismo del hígado, el tomar extracto o infusiones de plantas medicinales específicas ayudará a limpiar este exceso tóxico.
Cada persona tiene una historia energética, emocional y biológica distinta, y eso hace que lo que a uno le nutre, a otro le sature o le sea indiferente.

Los suplementos, cuando se comprenden desde esta mirada, no sustituyen a los hábitos saludables, sino que los acompañan, los potencian y facilitan la recuperación.
El objetivo no es depender de ellos, sino utilizarlos como puente hacia el equilibrio.

Los estados de energía y su demanda nutritiva

Nuestro cuerpo no mantiene una necesidad constante de nutrientes; sus demandas cambian según el estado energético y vital.
Durante una etapa de estrés, duelo, exceso de trabajo o enfermedad, el organismo quema más recursos bioquímicos de los que la dieta habitual puede aportar.

Por ejemplo:

  • En situaciones de estrés prolongado, el cuerpo utiliza el doble de magnesio que en reposo.
    Si no se repone, aparecen síntomas como calambres, contracturas, insomnio o irritabilidad.
  • El déficit de vitaminas del grupo B es común en personas con agotamiento mental o emocional, y puede manifestarse como bruxismo, nerviosismo o pensamientos repetitivos.
  • Un exceso de estrés oxidativo (por contaminación, radiación, alimentos procesados, emociones intensas) agota los antioxidantes naturales como la vitamina C, el zinc o el selenio.
    En estos casos, suplementar no es un lujo: es dar al cuerpo la ayuda que necesita para reparar el daño celular.

La diferencia entre curar y sostener

Hay que distinguir entre los suplementos terapéuticos, que se emplean en momentos específicos para corregir desequilibrios, y los complementos de sostén, que se usan para mantener la vitalidad y prevenir el desgaste.
La clave está en escuchar al cuerpo y reconocer en qué fase nos encontramos:

  • Cuando hay síntomas agudos, el suplemento puede actuar como medicina natural.
  • En estados de debilidad o convalecencia, ayuda a acelerar la recuperación.
  • En la vida cotidiana, algunos complementos sirven para mantener la energía vital y la claridad mental, especialmente después de los 40 años, cuando la energía ancestral (la que heredamos de nuestros padres) empieza a declinar.

Individualidad bioenergética y suplementación consciente

En la práctica de la naturopatía, vemos cómo la respuesta a un mismo suplemento varía enormemente entre personas.
Una parte de esta diferencia se explica por la constitución del iris, su trama y su nivel de vitalidad energética.
Quien tiene una trama cerrada suele asimilar bien los nutrientes y necesita menos apoyo externo.
En cambio, las personas con tramas más abiertas o debilitadas requieren un acompañamiento más continuo, porque su organismo pierde energía y nutrientes con mayor facilidad.

Por eso, en iridología y en las terapias integrativas, los suplementos no se prescriben de manera genérica, sino a partir del terreno individual:
la vitalidad de los órganos, la historia de vida, el tipo de estrés, las emociones predominantes y el estado energético global.

Un puente entre la materia y la energía

Los complementos no son simples “productos químicos”.
Son vehículos de información biológica y energética que ayudan al cuerpo a recordar su orden natural.
Cuando un mineral, una vitamina o un aminoácido entra en contacto con un sistema vivo, activa rutas metabólicas, eléctricas y vibracionales.
Y ese impulso —si se da en el momento justo y en la dosis adecuada— puede restablecer la armonía perdida.

En definitiva, suplementar no es sustituir la vida, sino darle soporte mientras recuperamos el ritmo, el descanso, la respiración y la conciencia de nuestros límites.
El verdadero arte está en saber cuándo, cuánto y por qué.
Y eso solo se aprende observando y escuchando al cuerpo.

Tambien hay que recordar aquí que cuando se necesita una práctica de ayuno de vez en cuando,  cultivada y con conciencia puede ser muy saludable.

La energía de los alimentos y su relación con los suplementos

Al igual que los complementos, los alimentos no solo nutren el cuerpo: también transmiten energía.
Cada alimento posee una frecuencia vital, una información que se integra en nuestro organismo y modula su equilibrio.
No es lo mismo comer un plátano cultivado cerca de casa, madurado al sol y lleno de prana, que uno transportado miles de kilómetros y madurado en cámara.
A nivel químico pueden parecer iguales, pero a nivel energético no lo son.

La fuerza vital del alimento —lo que la macrobiótica denomina Ki o fuerza de vida— es la que realmente sostiene nuestra energía.
Un cereal, por ejemplo, puede conservar su vitalidad durante décadas si está íntegro, porque sigue siendo una semilla viva.
Una legumbre, en cambio, pierde esa energía mucho antes, y un aceite, tras un año, se oxida y se vuelve inerte.
El agua de una fuente recién nacida vibra diferente a la que ha estado semanas embotellada.
Todo en la naturaleza tiene su tiempo y su frecuencia.

Por eso, alimentarse bien no significa solo cubrir requerimientos nutricionales, sino ingerir energía viva, acorde con nuestro momento vital.
Cuando el cuerpo está fuerte y el fuego digestivo (el “Chi del estómago”) funciona correctamente, puede asimilar casi todo.
Pero cuando la digestión está debilitada —algo frecuente a partir de cierta edad o tras periodos de estrés—, los alimentos crudos, pesados o mal combinados pueden generar fermentaciones, gases o fatiga digestiva.
En esos casos, la cocina suave, las combinaciones correctas y la consciencia al comer son tan terapéuticas como cualquier suplemento.

Alimentos vivos y suplementos: una misma sinfonía

El cuerpo necesita tanto materia viva como información energética.
Los alimentos frescos aportan la base: enzimas, micronutrientes, agua estructurada, clorofila…
Los suplementos naturales, por su parte, ajustan los detalles, compensan carencias y acompañan procesos de transformación o regeneración.
Ambos actúan como dos notas de una misma sinfonía: una proviene de la tierra, la otra de la ciencia y la experiencia clínica; juntas ayudan al cuerpo a recordar su equilibrio original.

Así, más que elegir entre “comer bien” o “tomar suplementos”, el enfoque holístico nos invita a entender qué necesita nuestra energía en cada etapa.
A veces basta con afinar la dieta; otras, con reforzar el terreno biológico; y siempre, con escuchar las señales sutiles del cuerpo que nos indican cuándo algo ya no está en armonía.

Cultivar la energía: el verdadero propósito

La vida es un trayecto energético.
Aparece, se desarrolla y se disuelve en ciclos.
Y lo que realmente nos mantiene sanos no es solo la comida o los suplementos, sino el cultivo consciente de nuestra energía en todos los planos: físico, emocional, mental y espiritual.

En la tradición budista se habla de los siete factores del despertar, y uno de ellos es precisamente el cultivo de la energía: esa práctica de sostener la vitalidad, el equilibrio y la conexión con la vida.

Por eso, más allá del debate entre suplementos o hábitos, lo importante es comprender qué sostiene nuestra energía.
Hay momentos en los que el cuerpo necesita apoyo extra, y otros en los que basta con afinar la alimentación, la respiración o el descanso.

Ambas cosas —los complementos y los hábitos— son herramientas del mismo propósito: cuidar la energía que nos habita.

Gracias a todos los alumnos de Iridología por sus preguntas, que abren espacios de reflexión y crecimiento para todos.

Dedicado al grupo de Alumnos y alumnas del Curso de Iridología Holística de este año 2025.

Agradecido por toda la energía que ponéis en este aprendizaje holístico.

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